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Historia de erotismo: Voyeur Accidental

Historia de erotismo: Voyeur accidental

Esta historia de erotismo va dedicada a esos amantes de la oscuridad que imaginan cómo son las vidas de los demás desde sus balcones.

Nada mejor que las noches de verano para mantenerte despierta y es que el calor no te deja caer en ese dulce sueño que has esperado a lo largo del día.

Las horas van pasando y tú te dedicas a repasar mentalmente todos esos maravillosos lugares de vacaciones donde se duerme mucho mejor que en casa.

Cuando ya te cansas de eso te levantas desesperada en busca de un vaso de agua que te refresque y, justo en ese momento de la noche, terminas decidiendo si vuelves a la cama, te pones la televisión o sales a tomar el fresco al balcón. Por suerte para mí, aquella noche escogí la tercera opción.

A las tres de la madrugada no me suele preocupar encontrar otros vecinos curiosos, por lo que salir desnuda al balcón para mí es prácticamente normal. Una leve brisa refrescaba el ambiente, pero no lo bastante como para valorar seriamente el dormir en la tumbona.

Las calles estaban tranquilas y, salvo algún, coche, el silencio se apoderaba de todo. Repasé todas las ventanas de los edificios que hay frente al mío en busca de algo que hiciera interesante la noche, pero, salvo las sombras de la televisión en alguna ventana, el sueño cubría todas ellas.

Pasaron poco más de cinco minutos de aburrimiento cuando la noche comenzó a animarse. Un taxi acababa de dejar frente a mi edificio a una pareja de amantes que se devoraban a besos en la calle conscientes del inexistente público que había a esas horas.

La escena me recordaba a otras muy parecidas que yo misma había protagonizado a lo largo de mi vida. A mi memoria vinieron aquellos besos locos y esas manos que se colaban bajo mi ropa. Era consciente que ellos, al igual que yo había hecho en aquellas ocasiones, estaban a punto de disfrutar de una noche de sexo loco. Sentí celos, ¿para qué negarlo? Dos meses sin sexo habían hecho ya mella en mí. ¡Hasta me notaba más gruñona!

No podía apartar los ojos de ellos. Me imaginaba que era a mí a quién estaban besando y que era mi culo el que estaba siendo estrujado entre sus manos, pero, para mi desgracia, decidieron entrar en el edificio dejándome allí sola con mis ganas. Aguantando inconscientemente la respiración, examiné todas y cada una de las ventanas en busca de una luz que me permitiera seguir observando.

La luz del último piso se encendió. Justo el piso que quedaba a la misma altura que el mío. Sin duda era mi noche de suerte. Me cogí a la barandilla y clavé mi mirada en el interior de esa ventana. La luz que yo había visto era la del pasillo y ahora se encendía la del salón. Las cortinas estaban corridas totalmente y eso me permitía ver perfectamente el interior del salón. Ella había perdido su falda y él iba solamente con los vaqueros. Hacían una pareja bastante apuesta y sin duda estaban en forma.

Ella tenía una estupenda melena negra a juego con su tez morena y él parecía la misma versión pero en hombre con un pelo desaliñado y con rizos cortos. Él la alzó a pulso rodeándose de sus piernas y la empujó contra la pared. Se le veía entusiasmado devorando los generosos pechos de su amante. Ella echó la cabeza hacia atrás mientras se sujeta a él para no caer. Sin duda iba a ser una puesta en escena de lo más interesante.

En algún lugar de mi cabecita dejé anotado que era importante encontrar a un fornido semental que pudiera alzarme con esa misma ligereza con la que él lo había hecho. La posturita aún no la había hecho y eso no podía ser.

El silencio de la noche lo rompían sus risas, lo que me llevó a examinar de nuevo la calle en busca de algún nuevo signo de vida en ellas. Sin embargo, hasta aquellas ventanas que antes me habían mostrado la tintineante luz de sus televisores también habían sido arrastradas a la oscuridad del sueño. El mundo dormía mientras aquella pareja iba a hacer el amor apasionadamente para mis ojos. Hoy disfrutaría al estilo voyeur.

Al regresar la mirada a su ventana descubrí que ambos me estaban mirando. Rápidamente, di dos pasos atrás para volver a quedar oculta en las sombras de mi balcón. El corazón me latía a mil por hora. Ellos parecían sorprendidos por mi reacción y tras un intercambio de miradas y unas risas volvieron a sus húmedos y calientes besos. Ni corrieron las cortinas ni apagaron la luz. Acababan de incluirme de alguna forma en sus juegos sexuales. Yo sería la voyeur que les observa mientras ellos disfrutan de las artes amatorias.

No recuerdo haber estado nunca tan excitada. Aquello era algo nuevo y además justo en el momento en el que el hambre me hacía estar bastante… ¿Perceptiva? Con una extraña confianza o quizás movida por una gran curiosidad, salí de las sombras, mostrándome así dispuesta a jugar. A sus labios asomó una sonrisa de satisfacción y así comenzó el juego.

Él la colocó frente a mí y se puso detrás de ella. Le desabrochó el sujetador dejando sus pechos pegados al cristal. Con un rápido movimiento abrió sus piernas y ella tuvo que apoyar ambas manos contra el cristal. Él cogió el tanga por sus caderas y lo bajó lentamente mientras me miraba. Su mirada era tan intensa que noté como mi cuerpo se estremecía de excitación.

Ahora que las dos ya estábamos completamente desnudas, solo faltaba él. Se puso al lado de ella y se desabrochó los pantalones mientras ambos me miraban fijamente. Otro rápido movimiento llevó sus pantalones al suelo mostrando unos preciosos boxers rojos con un abultado miembro que luchaba por escapar. Al igual que había hecho con ella, sujetó los boxers con ambas manos y los dejó caer hasta los tobillos. La bestia ya había escapado.

Se puso de perfil en lo que se me antojó una exhibición en toda regla del material con el que él iba a trabajar. Sujetó su pene con una mano para ponerlo recto, mientras con la otra hizo un gesto a modo de presentación para que pudiera ver su longitud.

A continuación se puso frente a mí con la intención de que pudiera ver mejor el grosor del pene. Era de lo más apetecible. Mi mano derecha había encontrado ella solita su camino y ya jugaba con mis labios mayores y con mi clítoris. Era una mano de lo más descarada. Él y su apetecible pene se colocaron de nuevo tras ella y con un suave movimiento hizo que ella se inclinara hacia delante. Su mano izquierda se posó sobre su cadera e “imagino” que con la derecha guiaba su pene al interior de ella. Ella se mostraba impaciente por tenerle dentro y su cara mostró perfectamente el instante preciso en que su deseo se vio satisfecho. Su boca se abrió dejando escapar un gemido que llegó hasta mis oídos.

Una vez que ambos habían encajado sus sexos, él recogió la melena de ella en una mano y tirando suavemente hacia atrás hizo que su cabeza se inclinara, ofreciendo así una visión perfecta del placer que reflejaría su cara en todo momento. Ella sonrió al comprender sus intenciones y yo apoyé mi pierna derecha sobre la silla más cercana para así poder masturbarme mejor. Él comenzó a moverse. Sus gemidos eran suaves y aun así llegaban a mis oídos. También el ruido mojado de la ajetreada penetración. Era la situación más erótica que había vivido en mi vida. También la más frustrante.

Notaba como mi interior ardía y el único alivio que podía tener era el que yo misma podía darme. Notaba como ellos me miraban fijamente y sentía que era capaz de saltar de un edificio a otro. Cuando casi estaba a punto de terminar, él sacó su pene permitiéndome ver como caía su semen sobre la espalda y el culo de ella. Así me hizo partícipe de su corrida. Me quedé paralizada. Yo quería más y ahora mismo ignoraba si ni siquiera iba a poder seguir haciendo de voyeur. Era tan injusto que ella recibiera el placer de él y yo solo pudiera mirar que mi ser se encontraba dividido. ¡Yo también quería lo mismo!

Mientras ellos se limpiaban y se servían unas copas, mi cerebro intentaba descubrir la forma de darme lo que tanto quería de la forma más inmediata posible. Repasé mentalmente la lista de amigos que pudieran estar dispuestos a venir en mitad de la noche, pero únicamente conseguí sentir que sería caer muy bajo.

Justo en el momento en que sentía que caía por un precipicio de impotencia e insatisfacción, mis compañeros de juegos aparecieron de nuevo en la ventana. Él alzó hacia mí la copa que llevaba y ella hizo lo mismo con las dos copas que sujetaba. Dos copas. ¿Acaso una de ellas era para mí? Quería creer que así era, pero ¿y si me equivocaba? El gesto que él hizo con la mano despejó cualquier duda: querían jugar conmigo allí, junto a ellos. Mi suerte acababa de cambiar.

Lo que ocurrió después es algo que quizás os cuente otro día. Quizás no, ¿quién sabe?

Christine Erotic

Escritora de historias de erotismo

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