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Relato de parejas: La merienda

La merienda, un relato de parejas

Un relato sensual para parejas que desean untarse con chocolate

Relatos de parejas como el que te traigo aquí son un buen ejemplo para imitar sus deliciosos juegos sin mucha dificultad. Espero que disfrutéis este relato erótico.

La tarde del domingo pasaba tranquila. La película de la sobremesa acababa de terminar y esperábamos ver empezar la siguiente, ya que lo único que teníamos planeado para ese domingo era vaguear todo lo que pudiéramos y más. Pablo se levantó y fue a la cocina. Tenía hambre, sonreí pensando en todo lo que puede llegar a comer este hombre. Al cabo de un rato todavía no había vuelto y seguía abriendo y cerrando armarios y el frigorífico.

—Nene, ¿qué haces? —pregunté intrigada.

—Nada, ¿por? —preguntó asomando la cabeza por la puerta con su sonrisa picarona— Tú quédate ahí en el sofá que voy enseguida contigo.

Algo tramaba, así que decidí dejarle hacer. Nada me gusta más que un hombre que me sorprenda y este se lo estaba currando.

Pasaron algo más de quince minutos cuando, por fin, apareció por la puerta. Iba completamente desnudo y con una espléndida sonrisa en la boca. Me incorporé en el sofá y le repasé de arriba a abajo. Un ejemplar magnífico.

—¿Vienes?— preguntó tendiéndome la mano.

Me levanté y le cogí de la mano. Reía divertido. Yo estaba de lo más intrigada. Me llevaba al dormitorio.

—Espera –me dijo antes de entrar—Te voy a vendar los ojos.

Me mordí el labio excitada, se lo había currado de lo lindo ¡Adoro a este hombre! Tenía preparado uno de mis pañuelos y me vendó los ojos para que no pudiera ver absolutamente nada. Una vez comprobó que estaba a su gusto, me condujo al interior de la habitación. Fue fácil desnudarme, ya que solo llevaba la camiseta y unos pantalones cortos.

Me besó dulcemente en los labios antes de llevarme a la cama. Sobre ella había un plástico pero… ¿Para qué? Una risita nerviosa escapó de mis labios. Estaba ya muy excitada, la curiosidad por saber lo que tramaba y mi frustración por no poder ver nada, me tenían en tensión.

Me hizo tumbar boca arriba en el centro de la cama. El plástico estaba frío, lo que hizo que se me erizaran los pezones. De pronto oí el timbre del microondas que hasta entonces ni me había dado cuenta de que estaba en marcha. Se levantó de un salto y fue corriendo a la cocina.

Allí me quedé yo, tumbada en medio de la cama, completamente desnuda e increíblemente excitada. Oía ruido en la cocina, pero no sabía que era. Traía algo en una bandeja, de eso estaba segura. El cabrón seguía con su risita. Estaba disfrutando pensando en lo que me iba a hacer.

—Ya estoy aquí nena –me dijo intentando que no se notara que se lo estaba pasando en grande— Ahora tendrás que quedarte muy quietecita mientras yo juego contigo, ¿serás capaz o tendré que esposarte?

—Lo haré— Ahora era a mí a quien se le escapaba una risa nerviosa— ¿Qué me vas a hacer?

—Ahora lo verás, no seas impaciente.

Respiré hondo e intenté calmarme porque estaba empezando a temblar. Él seguía tan divertido a lo suyo. Yo oía ruido de cucharas y de tazas. Me parecía que olía a chocolate, pero en casa no había chocolate, ¿de dónde lo habría sacado? Lo tenía preparado desde luego, a saber desde cuándo. ¡Chico malo!

—Empezamos –me dijo y yo respiré hondo ante tanta expectación.

Se acercó a mí para besarme, pero, su boca, tenía un sabor especial a chocolate. ¡Ohm, irresistible! Quería devorarla entera, chupaba y relamía por toda ella, pero él se apartó y me dejó dando bocanadas al aire.

Cogió algo de la bandeja y comenzó a ponérmelo sobre la piel. Eran cosas de unos dos centímetros como mucho que colocaba alrededor de mis pezones y en forma de caminito hasta el cuello. Volvió a coger algo. Esta vez era un poco más grande y pesaba algo más. Lo colocó sobre mis pezones haciendo una hilera que bajaba hasta mi bajo vientre.

A continuación oí una cuchara. Sería el chocolate. La utilizaba para dejarlo caer sobre mi piel. Estaba caliente, pero no quemaba, era agradable y el olor era muy excitante. Dejó un rastro de chocolate sobre todo lo que había estado colocando.

Cuando terminó, cambió de posición y se colocó entre mis piernas. Me las  dobló y abrió todo lo que pudo. Estaba mojadísima. Empezó a manchar mis labios de chocolate. Esa sensación era completamente nueva. Mis labios calientes y mojados bañándose de chocolate aún más caliente. Mi entrepierna sabría a chocolate. Creo que nunca habrá estado más dulce.

Dejó la cuchara en la bandeja. Y se acercó a mi entrepierna. Comenzó besando la parte interna de los muslos, tal y como me encantaba con los labios húmedos y un leve roce de lengua. Necesitaba removerme como una serpiente, pero tenía miedo de que se cayera lo que me había colocado encima.

Poco a poco, iba bajando hacia mi vulva. Mi respiración se entrecortaba dejando paso a unos leves gemidos de expectación. Ya no se reía. Imaginé esa cara que he visto miles de veces, mezcla de deseo y expectación, y me excité todavía más.

Puso sus labios sobre mi vulva y lamió suavemente el chocolate que me había untado. Su lengua se paseaba por toda mi entrepierna. De arriba abajo, despacito, haciéndome consciente de cada milímetro de piel. Encontró mi clítoris y se lo metió en la boca chupando con fuerza. Mis gemidos eran cada vez mayores, pero no podía revolverme para no tirar lo que llevaba encima.

Necesitaba cerrar mis piernas sobre él. Pero no podía, no me dejaba. Era una dulce tortura, estaba siendo su merienda. Mi pulso se aceleraba y el placer empezaba a desbordarse en mi interior cuando, de pronto, paró. Sí, había parado, no me dejaría correrme aún. Respiraba entrecortada, con gemidos de frustración. Su boca se dirigía ahora hacia mi vientre, a ese “caminito” que había plantado en mí. Cogió el primero de lo que fuera que había puesto sobre mí, me moría por saber que era.

—¡Um, delicioso!

Reía mientras se acercaba a mi boca para dejarme saborear lo que comía. Devoré su boca y descubrí un misterioso sabor, era plátano. Tenía rodajitas de plátano por mi cuerpo bañadas en chocolate. «Y parecía tonto cuando lo conocí» me reía por dentro a carcajadas, mientras por fuera solo se me escapaba una leve sonrisa.

Volvió con el plátano. Recogió trozo tras trozo mientras lamía todo el chocolate que me había puesto. Quedaría de lo más limpita con tanto lametón. Se acercó a mis pechos y debió de pensar que faltaba chocolate porque cogió la cuchara y dejó caer más. Lamía y relamía. Besaba y mordisqueaba mis pezones.

Mi grado de excitación era tal que no sabía cuánto más aguantaría haciendo de mesa inerte. Quería revolverme, agarrarle del pelo, devorar esa dulce boca que me torturaba tanto.

Empezó con el otro elemento que me había puesto. Volvió a comerse el primero y se acercó a mi boca para que le besase y saciase mi curiosidad. ¡Ohm, eran fresas! ¡Ni sabía que teníamos!

Siguió comiéndolas hasta llegar a mi cuello. Ya no quedaba ni rastro de ellas, ni rastro de plátano, si decidiera moverme nada se caería ya. Por fin podría dejar a mis caderas que empezaran a liberarse de la tensión que habían estado sufriendo.

Bajé mis manos y entrelacé mis dedos entre su pelo. Se puso sobre mí y noté el roce de su pene sobre mi vientre. Estaba durísima, tanto como yo estaba empapada. Me iba a encantar comer “pene al chocolate”. Mordisqueó mi cuello y eso me hizo gemir de placer. Estaba al borde de la locura. Intenté incorporarme, pero no me dejaba. Aún no había terminado conmigo.

Se colocó entre mis piernas, abriéndolas. Iba a penetrarme y eso hizo que arqueara la espalda. Lo deseaba tanto. Traté de visualizar ese momento en el que la metería y yo sentiría que enloquecía. Pero, para mi desgracia, tenía otros planes para mí, me tocaría esperar.

Deslizó su mano hacia mi entrepierna, ahora sí que empezaba mi tortura. Cuando un hombre con esos dedos mágicos se apodera de ella… no tienes escapatoria. Sabes que vas a sufrir oleadas de placer y que rozarás la locura. Así era él. Acarició mis labios y mi clítoris, a modo de saludo, como diciendo “ya estoy aquí, no sufráis”. Y con uno de sus dedos comprobó lo mojada que estaba.

Estaba chorreando, así que empezó metiendo uno, le siguió el otro y a partir de ahí todo se volvió un remolino para mí. Sus movimientos me inundaban en placer y sentía que me iba, que me elevaba a otro plano. Mis gemidos eran cada vez más fuertes. Cada vez me costaba más respirar.

El placer me inundaba, se apoderaba de mí hasta que llegó esa gran oleada de placer que me golpeó, ese escalofrío que me recorrió y me dejó retorciéndome, mis gritos le anunciaron que había obtenido otra victoria sobre mí. Siguió un poco más hasta que dejé de gemir y de retorcerme. Me abrazó hasta que recobré el sentido. Me besó dulcemente, aún sabía a chocolate. Y mientras me besaba se colocaba para penetrarme. Aún aturdida apenas me daba cuenta de sus intenciones hasta que le sentí entrando en mí. Me llenaba por completo, estaba caliente y tan dura…Y él la introdujo despacito, para que la sintiera en todo mi coño, desde lo más profundo hasta la entrada.

Se movía con precisión, y cada vez más rápido. Su respiración se aceleraba poco a poco. Me daba tanto placer que tenía que dejarme llevar y sentirle. Gemí suavemente, acompañando su ritmo. Un gemido por cada vez que tocaba lo más profundo de mi ser. Aceleró, las embestidas ya no eran hasta el fondo.

Necesitaba fricción y por eso apreté mi coño para él. Un gemido de sorpresa se le escapó y me mordió el cuello, como dándome las gracias. Estaba a punto, su respiración era fuerte y entrecortada, y su ritmo muy rápido. Clavó sus dedos en mí y supe que se corría. Un gemido se le escapó y me embistió fuerte, hasta el fondo.

Y otra vez, así hasta que terminó de correrse. Sus fuerzas le fallaron y se dejó caer sobre mi pecho agotado, exhausto, temblando. Era todo mío, le besé la frente dulcemente y él me sonrió.

—¿Te gustó la merienda?— me preguntó con la respiración entrecortada.

—¿La tuya? ¡Porque yo no he merendado nada!

— Aún queda en la bandeja, si quieres puedes merendar ahora tú.

—No esperaba menos cielo, ¿sabías que no hay nada más apetitoso que tu polla bañada en chocolate? Ahora verás lo golosa que puedo llegar a ser— y esta vez la risita nerviosa se me escapó a mí.

Me quité el pañuelo de los ojos y le miré. Tenía esa cara de recién corridito que me encantaba. Le daría unos minutos y entonces merendaría yo. ¿Qué mejor forma para pasar una tarde de domingo?

Espero que te haya gustado este relato de parejas

Un beso

Christine Erotic

Amante de los relatos de pareja con toque goloso

 

 

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