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Panifilia, una historia sensual

Una historia sensual: Panifilia o el excitante olor a pan

Historia sensual donde vas a aprender sobre una parafilia que tiene que ver con los olores, la barosmia, en este caso se trata del olor al pan recién hecho con el que nuestra protagonista pierde el control. Disfruta y aprende.

Panifilia o el excitante olor a pan

Son las cinco de la mañana y Lorena camina de un lado a otro del salón nerviosa, inquieta. Ha sucedido lo que más temía. Cuando estuvo buscando piso visitó decenas de ellos hasta que llegó a este donde, durante tres años, se ha sentido segura y a salvo. Hasta hoy.

La frutería de la esquina cerró y durante meses el cartel de «Se alquila» estuvo colgado en su puerta. Lo estuvo hasta hace dos semanas que se cambió por “Próxima apertura”. Un negocio de más de veinte años cerrado en cuestión de meses, cosas de la crisis. Cada día que pasaba junto a su puerta se preguntaba qué clase de negocio montarían ahora. Era un local grande y luminoso con muchas posibilidades. Quizá se convirtiera en una tienda de ropa sostenible o una tienda de móviles. El caso es que, cuando por fin colgaron el cartel en la fachada, este no daba ninguna pista. María era lo único que se podía leer. ¿Sería una tienda de ropa? ¿De alimentación? Pero se quedaría con las ganas de ver la inauguración por estar fuera de la ciudad. A su vuelta resolvería el misterio. 

Lorena ha regresado de su escapada de madrugada y cansada por el viaje. Lo último que tiene en mente es cotillear sobre el nuevo negocio. Su cama es en lo único que piensa. Misifú la recibe cariñosamente y ella la coge en brazos y se la lleva consigo a la cama. Con su ronroneo, Lorena se duerme.

El olor a pan la ha despertado y presa del pánico ha cerrado todas las ventanas, pero, a pesar de sus intentos, el olor sigue penetrando por las rendijas. Es un olor sutil, pero su barosmia hace que para ella sea un olor tan intenso que le cueste respirar.

Un trastorno del que no se escucha hablar porque son muy pocos quienes padecen este tipo de barosmia conocida como “panifilia”. Casi suena a chiste, ¿verdad? Pero para Lorena la realidad es muy diferente.

No es un trastorno con el que digas: ¡uy! He olido a pan y me he puesto cachonda ¡qué curioso! No, no se trata de nada así porque eso tiene control y la barosmia de Lorena, no. Ella sufre con ver una barra de pan, con oírla crujir cuando la parten y, sobre todo, cuando sale del horno y huele tan bien.

Desesperada se ha puesto una mascarilla especial que tiene para estos casos y ha llamado a David, su actual pareja, pero con quien no convive. David se dará toda la prisa que pueda, pero aun así tardará unos quince eternos minutos.

Mientras espera, ha sacado la maleta y ha comenzado a meter tanta ropa y zapatos como ha podido. Lleva meses pensando la propuesta de David de vivir juntos, pero por miedo no se había decidido. Es curioso que ahora por su barosmia tenga que salir corriendo hacia ella.

Unas llaves suenan en la puerta. David ha llegado y lo primero que hace es abrazarla. 

─Todo saldrá bien─ dice él mirándola fijamente a los ojos.

Mientras él coge la maleta, ella recoge las cosas de la gatita. Bajan corriendo las escaleras y suben al coche. Abraza a Misifú rezando lo que sabe para que desaparezca ese maldito olor.

Cuando llegan a casa de David, Lorena y Misifú ya están más tranquilas. Sus vidas han sido puestas patas arriba. Se acurrucan en un lado del sofá mientras respiran aliviadas, sintiéndose a salvo.

—Debo de tener la novia más rara del mundo— dice él en tono irónico mientras se sirve una taza de café— ¿Cuándo tendré el gran honor de saber la historia que desató este fin del mundo?

Lorena se revuelve en el sofá. Siempre evita la pregunta porque tiene miedo del psicoanálisis de David. Quizás si no fuera psicólogo se lo hubiera contado ya.

—Sabes que no te voy a juzgar y que nadie mejor que yo para entender que no es un juego y que es algo muy serio ¡Por Dios si ya no como pan!—grita David extendiendo sus brazos al cielo.

 

—Vivía sobre una panadería— comienza ella con apenas un hilillo de voz. Él se sienta sin decir nada, puesto que sabe perfectamente que cualquier excusa le valdría a Lorena para cerrarse en sí misma otra vez —La panadera se llamaba Sofía y era viuda. Su marido había montado el negocio y ella quiso seguir con él para poder alimentar a sus tres hijos. Yo solía jugar con ellos mientras Sofía hacía pan. El horno daba mucho calor y aunque fuera de madrugada yo me despertaba. Me fascinaba ver como aquella mujer amasaba esos enormes panes. A veces me dejaba ayudarla y podía llevarme a casa una de las barras que yo misma amasaba para desayunar. Eran buenos tiempos.

Lorena sonríe al recordar la escena. Esos tiempos en los que todo era inocencia y lo más increíble del día era ver a la panadera preparar los pedidos.

—Yo tenía once años cuando todo pasó─ continua Lorena tras unos minutos─ Como Sofía tenía mucho trabajo, tuvo que contratar a un joven para que la ayudara. No sabría decirte si era feo o guapo porque por aquel entonces yo jugaba con muñecas y aún no me había fijado en los chicos, pero a él le gustó Sofía desde el primer momento que la vio. Cuando ella trabajaba de madrugada se ponía un vestido de tirantes porque hacía mucho calor en el horno y cuando amasaba dejaba, sin querer, a la vista los enormes pechos que heredó de su madre. El chico, que creo que se llamaba Joaquín, se embobaba cada dos por tres con ellos y Sofía le decía “Joaquín, que son solo dos tetas”. Nosotros cuando oíamos eso nos reíamos y lo cantábamos a coro. Joaquín se ponía colorado, he intentaba darnos una patata en el culo para que nos calláramos.

Lorena se levanta y mira por la ventana. Se cruza de brazos intentando sentir algo de calor aunque no haga frío. Vuelve a sentarse intentando no mirar a David, quien permanece en silencio esperando oír la historia que tantas veces le negó Lorena.

—Un día Sofía tenía un pedido especial y nos dijo a todos los chiquillos que nos necesitaba para amasar pan. Estuvimos durante horas amasando hasta que nos venció el sueño y nos mandó a la cama. Guille y yo teníamos tanto sueño que el suelo de la panadería nos parecía mucho más cerca que la cama, de modo que nos tumbamos tras unos sacos de harina y allí caímos dormidos. No sé cuánto tiempo pasó antes de que Guille me despertara, pero lo que sí recuerdo es que yo ya estaba soñando. Tan pronto abrí los ojos, Guille me hizo un gesto para que estuviera en silencio. Al fondo de la panadería cayeron unos cacharros al suelo. Me incorporé imitando a Guille y mis ojos se abrieron como platos al ver a Sofía y a Joaquín besándose. Ella le quitaba la camiseta y él le subía el vestido y le bajaba las bragas. Por aquel entonces mis conocimientos de sexualidad se basaban en que si un chico te besa te puede dejar embarazada y, desde luego, Sofía iba a tener muchos hijos con tantos besos.

Guille me hizo una seña para que nos cambiáramos de sitio y yo le seguí. Nos colocó en un ángulo donde nuestras vistas mejoraron mucho sin que pudiéramos ser descubiertos. Sofía tenía todo el vestido desabrochado y Joaquín le había sacado los pechos de dentro del sostén. Los besaba desesperadamente mientras ella gemía como si le gustase. Hasta entonces para mí los pechos solo servían para dar de comer a los bebés, así que imagina mi desconcierto cuando descubrí que a ella le gustaba.

La conversación se estaba poniendo de lo más interesante para David y de lo más difícil para Lorena, así que David frenó su interés y esperó pacientemente a que Lorena tuviera fuerzas para continuar.

—Joaquín sumergió su cabeza entre las piernas de ella. Guille y yo nos miramos perplejos. Su madre comenzó a gemir más fuerte y más rápido. Apoyada sobre la mesa de amasar, estaba chafando algunas de las barras que acababan de amasar, pero no parecía importarle. Le importaba mucho más lo que Joaquín le hacía entre las piernas hasta el punto de agarrar su cabello entre sus dedos y gritar “¡Sigue, sigue!”. Para nosotros no tenía sentido ¿Qué podía hacer aquel chico entre las piernas de Sofía? Y llegó un momento en que Sofía gritó y Joaquín le tapó la boca para que no la oyéramos. Después de gritar se desplomó sobre la mesa y las barras.

Guille se asustó y nos cogimos de la mano. Sofía volvió a moverse y sonreía por lo que nosotros respiramos aliviados. Joaquín la tumbó y le abrió las piernas. Agarró una barra de pan y comenzó a darle golpes en su entrepierna, pero intentando no romper la barra. Sofía solo decía “Métemela, métemela” Guille y yo nos miramos asustados ¿Dónde quería que le metiera la barra de pan? La oíamos crujir a cada golpe y cuando por fin se rompió, Joaquín le ofreció un bocado a Sofía y después él dio otro a la barra de pan. Lanzó los restos al aire cayéndonos a nosotros en la cabeza, los miramos y vimos que estaban mojados. De pronto Joaquín gritó “Ahora sí que te la voy a meter entera” y se desabrochó los pantalones y, al bajarse los calzoncillos, vi como su pene era grande y estaba tan estirado como una barra de pan. Comenzó a pegarle como minutos antes había hecho con la barra de pan hasta que finalmente se lo metió.

Nos asustamos pensando que de nuevo le estaba haciendo daño porque ¿Cómo podía no hacerle daño algo tan grande si no había dónde meterlo? Pero Sofía parecía feliz y gritaba “¡más, más!”. Yo no entendía nada, así que cogí una de esas barras y la olí. Olía a pan recién hecho y a lo que años después pude identificar como “sexo”. Aquellos dos terminaron ese ajetreo que llevaban mientras yo me comía ese pan que sabía raro y estaba mojado. Había algo en todo aquello que no entendía, pero que me gustaba. Nosotros seguimos escondidos hasta que pudimos escapar a nuestras camas. Nunca lo hablamos con nadie a pesar de las insistentes preguntas de mi madre de “¿Qué te pasa Lorena?”.

Pasaron los años y yo entendí lo que había pasado. Conforme fui descubriendo lo que era el sexo y el placer que me proporcionaba, comenzaron las fantasías con el pan. Ni recuerdo en qué momento el solo olor a pan me hizo perder el control, todo pasó poco a poco. Un día era una persona normal y otro día necesitaba comprar veinte barras al día. Las partía y las olía como aquella noche en la panadería. Todo se ha acentuado tanto que no puedo controlarme y no puedo llevar una vida normal. Casi me sentía normal hasta que abrieron la panadería esta madrugada y yo entré en pánico. Bueno, ya has oído mi historia.

David mira fijamente a Lorena. Está profundamente excitado, pero no quiere que ella lo sepa, puesto que perdería su confianza. La abraza para que se sienta segura y finge que no ha pasado nada. Pero en su subconsciente ya no habrá barra de pan que no le recuerde la excitante historia de una panadera llamada Sofía y un ayudante llamado Joaquín.

Calentito, calentito, traigo el pan hoy, ¿no te parece? Este relato erótico ha sido una pequeña muestra de lo que voy a hacer con las parafilias sexuales en el nuevo blog en el que te estoy preparando mil y una sorpresas. ¿Qué te ha parecido? ¿Te entró hambre?

Ya sabes que si te gusta debes ser bueno y compartir y ¡aún estaría mejor que me dieras tu opinión!

Un beso enorme

Christine Erotic

Historias sensuales y reflexivas

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