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Un relato de lujuria

Un relato de lujuria

Lujuria: «deseo excesivo del placer sexual»

Hemos quedado para cenar esta noche. Calculo que en unos cinco minutos aparecerá. Siempre llega pronto, es como si disfrutara pillándome a medio arreglar. Pero esta vez le llevo ventaja porque estoy terminando de arreglarme. Fue fácil elegir el modelito para hoy. Hacía tiempo que me apetecía ponérmelo, pero siempre me parecía que iba demasiado arreglada, así que cuando me dijo “Arréglate, te invito a cenar” lo tuve claro.

Me miro al espejo y disfruto del conjunto. Una blusa de gasa verde, transparente, que permite ver mi nuevo sujetador negro. Sexy, muy sexy. La falda es de raso negro y casi llega a las rodillas. Tiene un abierto por detrás que permite ver el encaje de las medias. Sé que le gustará, le encantan las medias y esta es una forma elegante de enseñar parte de ellas.

Satisfecha con el resultado me pongo los tremendísimos tacones. Es el toque perfecto al conjunto, además de imprescindible por su altura. Ahora solo me faltan los complementos. Me dirijo a la habitación cuando suena el interfono. Ya está aquí, como siempre increíblemente anticipado, este hombre me estresa con su concepto de puntualidad. Le abro.

Dejo la puerta entreabierta y mientras termino de pintarme los labios, él entra y saluda y yo, me asomo desde el baño. Todo está calculado. Me apoyo en el marco de la puerta fingiendo mi enfado pero dejándole ver el modelito al completo. Cierra la puerta con su sexy sonrisa dibujada en los labios. Se apoya en la puerta y me mira descaradamente de arriba a abajo muy lentamente.

Hay algo diferente en él. Hay fuego en su mirada, más del que estoy acostumbrada después de nuestro “hola”. Me analiza de arriba abajo. Al llegar a los tacones vuelve a subir hacia arriba. Cuando llega a mis ojos me hace un gesto para que me gire. Yo sonrío pensando en las medias. Me giro, entreabriendo las piernas para marcar más el abierto de la falda.

Un escalofrío recorre mi cuerpo. Soy capaz de sentir el deseo que le he provocado. La lujuria de sus ojos lo confirma. Me giro y veo como ese hombre que me vuelve loca se dirige hacia mí con paso rápido y decidido. Se muerde el labio y sus ojos me devoran. Antes de que pueda reaccionar ya está sobre mí. Me empuja contra la pared y coloca mis manos por encima de mi cabeza, sujetándolas con una de las suyas. Me mira fijamente y me dice “Vas a recibir lo que te mereces, puta” y empuja su boca contra la mía. Otro escalofrío me recorre.

Así solo hablamos cuando estamos muy excitados, y lo hacemos para excitarnos aún más. Hay un fuego en su interior que no sé si podré calmar. Su boca devora la mía, no tiene control, son besos y lengüetazos sin sentido que no hacen nada más que mostrar el desenfreno con el que me besa. Con una de sus piernas abre más las mías y sube la falda hasta colocar su muslo pegado a mi entrepierna. Con su mano libre me ha subido la blusa y desabrochado el sujetador.

Aprieta tan fuerte mi pecho que un gemido de dolor se me escapa, él aligera la presión, me mira fijamente a los ojos y se muerde el labio. Puedo ver que el hombre al que amo sigue ahí, aunque esta bestia se haya apoderado de él.

Me muerde el lóbulo y a mí se me escapa un gemido de placer. Baja por el cuello lamiendo y mordisqueando. Yo pierdo el norte. Sabe que eso me hace enloquecer, quiere hacérmelo mojar todo. Pobre iluso, el tanga lo mojé en el momento que me empujó contra la pared.

Su mano libre se desliza hasta mi entrepierna, con un dedo aparta el tanga y con el otro intenta palpar mi humedad. Comprueba lo excitadísima que estoy y parece que se sorprende porque me está mirando fijamente con lascivia. “Mi putita está más que lista” me dice y con la mano que me sujetaba las manos tira de mí para llevarme al salón.

Como hacen en las películas, aparta de un solo golpe todo lo que hay sobre la mesa del salón, tirando las cosas al suelo, por suerte nada puede romperse. Me pone de espaldas a él, con la cara pegada a la mesa y el culo a la altura de su pene. Con un pie abre más mis piernas. Al llevar los tacones quedo perfectamente accesible a él. Me sube la falda con un rápido movimiento de manos y me baja el tanga con tanta rapidez que me deja estupefacta.

Oigo la hebilla de su pantalón, golpear el suelo. Su mano izquierda apoyada en mi espalda para que no me levante. Su mano derecha sostiene su pene y juega a restregarse por mi vulva. Se deleita con lo mojado que está. Me dice “¿Quieres esto puta? ¿Lo quieres? Te voy a follar como no lo han hecho antes” Y me mete su pene hasta el fondo. Todo mi cuerpo se estremece al notarle entrar. Está dura y suave, y se mueve con fuerza hasta el fondo.

Me embiste una y otra vez. La lleva casi fuera para meterla con fuerza hasta el fondo y eso, en un pene de su tamaño, es mucho decir. Dentro de su caos mantiene el control. Se le escapan gemidos cuando llega al fondo. Quiero tocarme, pero cuando estoy bajando el brazo, él me detiene y me dice “de eso nada putita” y desliza su mano hasta mi entrepierna, encuentra mi clítoris y empieza a frotarlo como bien sabe qué hago yo.

Tiene todo el control de mi placer, dependo de él, pero no me importa. Confío tanto en él que sé que puede darme todo lo que me merezco y que no me pasará nada. Y así continúa embistiéndome y masturbándome. Lo hace tan bien que solo puedo sentir y gemir. No tengo control de mi misma, noto como caigo en ese mundo de placer que él me provoca. Siento como tengo el clítoris hinchado y a punto de correrme.

Mis gemidos son cada vez más fuertes y él lo sabe. Sabe que estoy a punto de correrme y, de la excitación que le provoca oírme, sus embestidas van perdiendo control. Siento por fin ese calambrazo que me atraviesa entera y que me hace gritar de placer. Grito y gimo como una posesa durante largos segundos. Sus embestidas alargan mi placer. No quiero que termine nunca.

Cuando parece que ya va disminuyendo la intensidad de mi placer, me doy cuenta de que su respiración es entrecortada y que empieza a follarme más fuerte. Parece que me vaya a romper, pero no me importa, su respiración me excita, está a punto de correrse. Un gemido desgarra su garganta y me embiste de una forma brutal. Siento como toda su leche caliente se derrama en mi interior. Que morbo me da sentirlo. Unas embestidas más tranquilas le siguen así unos segundos más.

Poco a poco va deteniéndose, va apoyándose sobre mi espalda hasta que se detiene del todo. Me besa en la espalda muy dulcemente. Ya no soy su “putita”. Suavemente, retoma sus movimientos pélvicos. Nos gusta seguir un poco más después de corrernos, al estar todo tan sensible el placer sigue ahí. Noto como su leche se va escapando de mi interior y ya baja por mis muslos. Ya más recuperados me besa en la mejilla y me dice “Venía muy cachondo y te veo así vestida… Has despertado la fiera que hay en mí”. 

Una risa escapa de mis labios “Como si fuera muy difícil sacar la fiera que hay en ti” le respondo. Poco a poco se detiene y la saca. Por fin me puedo incorporar. Me giro y le miro divertida “¿Seguimos yendo a cenar?”

Me mira con una sonrisa pícara y me dice “Ahora ya podemos hacer lo que tú quieras princesa” y me da un beso largo y húmedo. Este hombre no deja de sorprenderme. Por suerte yo tenía ya algo planeado para después de la cena, pero, esta vez, pienso ser yo quien lleve las riendas. Este chico malo va a recibir unos azotes.

 

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Christine Erotic
Maestra de erotismo

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